En el amor en los tiempos de cólera se presentan varios temas que podrían ser destacados, yo en esta reseña voy a explicar como se desarrolla el amor en el transcurso de la misma. Por un lado se encuentra la historia de amor de Jeremiah de Saint-Amour con una misteriosa mujer que se la conoce en la muerte de su amante. “El mismo doctor Urbino lo suponía por razones médicas bien fundadas, y nunca habría creído que tuviera una mujer si él mismo no se lo hubiera revelado en la carta. De todos modos le costaba trabajo entender que dos adultos libres y sin pasado, al margen de los prejuicios de una sociedad ensimismada, hubieran elegido el azar de los amores prohibidos. Ella se lo explicó: “Era su gusto”. Además, la clandestinidad compartida con un hombre que nunca fue suyo por completo, y en la que más de una vez conocieron la explosión instantánea de la felicidad, no le pareció una condición indeseable. Al contrario: la vida le había demostrado que tal vez fuera ejemplar.” (Pág. 27) Y por otro lado se encuentra el triangulo amoroso de Fermina Daza, Juvenal Urbino y Florentino Ariza. En este se narra la obsesión de Florentino hacia Fermina y su perseverancia por estar con ella. “Florentino Ariza, en cambio, no había dejado de pensar en ella un solo instante después de que Fermina Daza lo rechazó sin apelación después de unos amores largos y contrariados, y habían transcurrido desde entonces cincuenta y un años, nueve meses y cuatro días. No había tenido que llevar la cuenta del olvido haciendo una raya diaria en los muros de un calabozo, porque no había pasado un día sin que ocurriera algo que lo hiciera acordarse de ella.” (Pág. 83). Desde el primer momento que se vieron en ambos se generó una necesidad mutua “la niña levantó la vista para ver quién pasaba por la ventana, y esa mirada casual fue el origen de un cataclismo de amor que medio siglo después aún no había terminado.” (Pág. 86), y luego de las miradas siguieron las cartas, “Poco a poco fue idealizándola, atribuyéndole virtudes improbables, sentimientos imaginarios, y al cabo de dos semanas ya no pensaba más que en ella. Así que decidió mandarle una esquela simple escrita por ambos lados con su preciosa letra de escribano.” (Pág. 88). Éstas los hicieron enamorarse perdidamente el uno con el otro, por su parte Fermina “terminó pensando en él como nunca se hubiera imaginado que se podía pensar en alguien, presintiéndolo donde no estaba, deseándolo donde no podía estar, despertando de pronto con la sensación física de que él la contemplaba en la oscuridad mientras ella dormía, de modo que la tarde en que sintió sus pasos resueltos sobre el reguero de hojas amarillas del parquecito, le costó trabajo creer que no fuera otra burla de su fantasía.”(Pág. 103) y “Florentino Ariza se había abandonado a la desidia, y andaba tan distraído que confundía las banderas con que anunciaba la llegada del correo, y un miércoles izaba la alemana cuando el barco que había llegado era el de la Compañía Leyland con el correo de Liverpool, y cualquier día izaba la de los Estados Unidos cuando el barco que llegaba era el de la Compagnie Générale Transatlantique con el correo de Saint-Nazaire.” (Pág. 96). “Iban a cumplirse dos años de correos frenéticos cuando Florentino Ariza, en una carta de un solo párrafo, le hizo a Fermina Daza la propuesta formal de matrimonio.”(Pág. 109) y “esa misma tarde, cuando recibió un sobre con una tira de papel arrancada del margen de un cuaderno de escuela, y con la respuesta escrita en lápiz en una sola línea: Está bien, me caso con usted si me promete que no me hará comer berenjenas.”(Pág. 110). La madre de Florentino decidió que lo mejor para ellos era esperar y que en dos años, cuando ella ya terminara la escuela secundaria, pidiera su mano formalmente. Pero el padre de Fermina descubre su amorío y decide llevársela para que no se sigan escribiendo. Cuando ella vuelve “al verlo, me di cuenta que lo nuestro no es más que una ilusión.” (Pág. 153) “Florentino Ariza sonrió, trató de decir algo, trató de seguirla, pero ella lo borró de su vida con un gesto de la mano.
-No, por favor -le dijo-. Olvídelo.” (Pág. 153). Después de esto, Fermina cae enferma y el doctor Juvenal Urbino va de urgencias a visitarla y así es como sucedió. El cayó enamorado de la enferma, “Le gustaba decir que aquel amor había sido el fruto de una equivocación clínica. Él mismo no podía creer que hubiera ocurrido, y menos en aquel momento de su vida, cuando todas sus reservas pasionales estaban concentradas en la suerte de su ciudad, de la cual había dicho con demasiada frecuencia y sin pensarlo dos veces que no había otra igual en el mundo.” (Pág. 155). El amor no tardó en llegar para Juvenal, salió de la consulta encantado con la joven, pero Fermina era de carácter arisco y no le haría las cosas fáciles. Pero después de un encuentro arreglado por Juvenal, ella cayó a sus pies. “Durmió a saltos, viendo al doctor Juvenal Urbino por todas partes, viéndolo reír, cantar, echando chispas de azufre por los dientes con los ojos vendados, burlándose de ella con una jerigonza sin reglas fijas en un coche distinto que subía hacia el cementerio de los pobres” (Pág. 199). Aceptó su propuesta de matrimonio. “Le bastó ese minuto único para asumir la decisión como estaba previsto en las leyes de Dios y de los hombres: hasta la muerte. Entonces se disiparon todas las dudas, y pudo hacer sin remordimientos lo que la razón le indicó como lo más decente: pasó una esponja sin lágrimas por encima del recuerdo de Florentino Ariza, lo borró por completo, y en el espacio que él ocupaba en su memoria dejó que floreciera una pradera de amapolas. Lo único que se permitió fue un suspiro más hondo que de costumbre, el último: “¡Pobre hombre!”(Pág. 295). Mientras ellos disfrutaban de su espléndido viaje “Florentino Ariza era virgen, y se había propuesto no dejar de serlo mientras no fuera por amor.”(Pág. 97). Pero algo que no estaba en sus planes sucedió, “El asalto había sido tan rápido y triunfal que no podía entenderse como una locura súbita del tedio, sino como el fruto de un plan elaborado con-todo su tiempo y hasta en sus pormenores minuciosos. Esta certidumbre halagadora aumentó la ansiedad de Florentino Ariza, que en la cúspide del gozo había sentido una revelación que no podía creer, que inclusive se negaba a admitir, y era que el amor ilusorio de Fermina Daza podía ser sustituido por una pasión terrenal. Fue así como se empeñó en descubrir la identidad de la violadora maestra en cuyo instinto de pantera encontraría quizás e remedio para su desventura.”(Pág. 208). Esto hizo que descubriera la forma de calmar el dolor por el rechazo de Fermina. “Cincuenta años más tarde, cuando Fermina Daza quedó libre de su condena sacramental, tenía unos veinticinco cuadernos con seiscientos veintidós registros de amores continuados, aparte de las incontables aventuras fugaces que no merecieron ni una nota de caridad.” (Pág. 221)
Con la luna de miel vinieron los hijos. “El día que Florentino Ariza vio a Fermina Daza en el atrio de la catedral encinta de seis meses y con pleno dominio de su nueva condición de mujer de mundo, tomó la determinación feroz de ganar nombre y fortuna para merecerla. Ni siquiera se puso a pensar en el inconveniente de que fuera casada, porque al mismo tiempo decidió, como si dependiera de él, que el doctor Juvenal Urbino tenía que morir. No sabía ni cuándo ni cómo, pero se lo planteó como un acontecimiento ineluctable, que estaba resuelto a esperar sin prisas ni arrebatos, así fuera hasta el fin de los siglos.” (Pág. 237). Y así se propuso a hacerlo “Sabía desde hacía tiempo que estaba predestinado a hacer feliz a una viuda, y a que ella lo hiciera feliz, y eso no le preocupaba. Al contrario: estaba preparado. De tanto conocerlas en sus incursiones de cazador solitario, Florentino Ariza terminaría por saber que el mundo estaba lleno de viudas felices.” (Pág. 289)
Los problemas matrimoniales surgieron rápidamente, “En todo caso, el matrimonio feliz de Fermina Daza había durado lo que el viaje de bodas, y el único que podía ayudarla a impedir el naufragio final estaba paralizado de terror ante la potestad de la madre.” (Pág. 296). Estos problemas hacían que la idea del matrimonio perfecto se borrara de la cabeza de Fermina en un abrir y cerrar de ojos, y esto la dejaba pensando en Florentino, “Una tarde invernal fue a cerrar el balcón, antes de que se desempedrara la tormenta, y vio a Florentino Ariza en su escaño bajo los almendros del parquecito, con el traje de su padre reducido para él y el libro abierto en el regazo, pero. no lo vio como entonces lo había visto por casualidad varias veces, sino a la edad con que se le quedó en la memoria. Tuvo el temor de que aquella visión fuera un aviso de la muerte, y le dolió. Se atrevió a decirse que tal vez hubiera sido feliz con él, sola con él en aquella casa que ella había restaurado para él con tanto amor como él había restaurado la suya para ella, y la simple suposición la asustó, porque le permitió darse cuenta de los extremos de desdicha a que había llegado.”(Pág. 304). Pero con los años se hicieron grandes compañeros, “Se aferró al esposo. Y justo por la época en que él la necesitaba más, porque iba delante de ella con diez años de desventaja tantaleando solo entre las nieblas de la vejez, y con las desventajas peores de ser hombre y más débil. Terminaron por conocerse tanto, que antes de los treinta años de casados eran como un mismo ser dividido, y se sentían incómodos por la frecuencia con que se adivinaban el pensamiento sin proponérselo, o por el accidente ridículo de que el uno se anticipara en público a lo que el otro iba a decir. Habían sorteado juntos las incomprensiones cotidianas, los odios instantáneos, las porquerías recíprocas y los fabulosos relámpagos de gloria de la complicidad conyugal. Fue la época en que se amaron mejor, sin prisa y sin excesos, y ambos fueron más conscientes y agradecidos de sus victorias inverosímiles contra la adversidad. La vida había de depararles todavía otras pruebas mortales, por supuesto, pero ya no importaba: estaban en la otra orilla.” (Pág. 321). Pero no por ésto dejo de dudar sobre el, “Azuzada por su fantasía, empezó a descubrir los cambios del marido. Lo encontraba evasivo, inapetente en la mesa y en la cama, propenso a la exasperación y a las réplicas irónicas, y cuando estaba en la casa ya no era el hombre tranquilo de antes, sino un león enjaulado. Por primera vez desde que se casaron vigiló sus tardanzas, las controló al minuto, y le decía mentiras para sacarle verdades, pero luego se sentía herida de muerte por sus contradicciones.” (Pág. 343), “Por último cayó en la cuenta de que el esposo no comulgó el jueves de Corpus Christi, ni tampoco en ningún domingo de las últimas semanas, y no encontró tiempo para los retiros espirituales de aquel año. Cuando ella le preguntó a qué se debían esos cambios insólitos en su salud espiritual, recibió una respuesta ofuscada. Ésta fue la clave decisiva, porque él no había dejado de comulgar en una fecha tan importante desde que hizo la primera comunión a los ocho años. De este modo se dio cuenta no sólo de que su marido estaba en pecado mortal, sino que había resuelto persistir en él, puesto que no acudía a los auxilios de su confesor.” (Pág. 343). Y así descubrió la infidelidad, “el fantasma de la señorita Bárbara Lynch había entrado por fin en la casa.
El doctor Juvenal Urbino la había conocido cuatro meses antes, esperando el turno en la consulta externa del Hospital de la Misericordia, y se dio cuenta al instante de que algo irreparable acababa de ocurrir en su destino.” (Pág. 345). “Nunca había imaginado que pudiera sufrirse tanto por algo que parecía ser todo lo contrario del amor, pero en esas estaba, y resolvió que el único recurso para no morirse era meterle fuego al cubil de víboras que le emponzoñaba las entrañas.” (Pág. 344). Ante dicho descubrimiento, Juvenal decidió alejarse de su amante y Fermina regresó con Hildebranda, donde su padre la había mandado para alejarse de Florentino.
Juvenal no pudo soportar su partida y “en vez de apelar a los mismos remedios de distracción que les daba a sus enfermos, estaba ofuscado de terror. Era cierto: lo único que necesitaba en la vida, también a los cincuenta y ocho años, era alguien que lo entendiera. De modo que acudió a Fermina Daza, el ser que más lo amaba y al que más amaba en este mundo, y con la que acababa de poner en paz su conciencia.” (Pág. 354). Después de unos años, Juvenal Urbino murió. “Todo lo que Florentino Ariza había hecho desde que Fermina Daza se casó, estaba fundado en la esperanza de esta noticia. Sin embargo, llegada la hora, no se sintió sacudido por la conmoción de triunfo que tantas veces había previsto en sus insomnios, sino por un zarpazo de terror: la lucidez fantástica de que lo mismo habría podido ser por él por quien tocaran a muerto.”(Pág. 394). Para Fermina hubiera sido casi imposible afrontar la muerte de su esposo si no hubiera sido por Florentino, en un principio “Era un fantasma en una casa ajena que de un día para otro se había vuelto inmensa y solitaria, y en la cual vagaba a la deriva, preguntándose angustiada quién estaba más muerto: el que había muerto o la que se había quedado.
No podía sortear un recóndito sentimiento de rencor contra el marido por haberla dejado sola en medio de la mar tenebrosa. Todo lo suyo le provocaba el llanto: la piyama debajo de la almohada, las pantuflas que siempre le parecieron de enfermo, el recuerdo de su imagen desvistiéndose en el fondo del espejo mientras ella se peinaba para dormir, el olor de su piel que había de persistir en la de ella mucho tiempo después de la muerte. Se detenía a mitad de cualquier cosa que estuviera haciendo y se daba una palmadita en la frente, porque de pronto se acordaba de algo que olvidó decirle. A cada instante le venían a la mente las tantas preguntas cotidianas que sólo él le podía contestar. Alguna vez él le había dicho algo que ella no podía concebir: los amputados sienten dolores, calambres, cosquillas, en la pierna que ya no tienen. Así se sentía ella sin él, sintiéndolo estar donde ya no estaba.” (Pág. 398). “También para Florentino Ariza aquellas tres semanas habían sido de agonía. La noche en que le reiteró su amor a Fermina Daza había vagado sin rumbo por calles desbaratadas por el diluvio de la tarde, preguntándose aterrado qué iba a hacer con la piel del tigre que acababa de matar después de haber resistido a su asedio durante más de medio siglo.” (Pág. 405). Florentino decidió aprovechar el momento e ir a visitar a Fermina, sus visitas se hicieron constantes, “Las visitas empezaron a adquirir muy pronto una incómoda amplitud familiar, pues el doctor Urbino Daza y su esposa aparecían a veces como por casualidad, y se quedaban jugando barajas.” (Pág. 442). Y gracias a estos encuentros “Volvieron a tutearse, volvieron a intercambiar comentarios sobre sus vidas como en las cartas de antes, pero Florentino Ariza trató de ir otra vez con demasiada prisa: escribió el nombre de ella con puntadas de alfiler en los pétalos de una camelia, y se la mandó en una carta. Dos días después la recibió de vuelta sin ningún comentario.” (Pág. 448). Fermina decidió embarcarse en un viaje en el que sorpresivamente Florentino había reservado un camarote para el, y en ese viaje decidieron amarse por siempre como debió haber sido desde el primer momento. “-Sigamos derecho, derecho, derecho, otra vez hasta La Dorada.
Fermina Daza se estremeció, porque reconoció la antigua voz iluminada por la gracia del Espíritu Santo, y miró al capitán: él era el destino. Pero el capitán no la vio, porque estaba anonadado por el tremendo poder de inspiración de Florentino Ariza.
-¿Lo dice en serio? -le preguntó.
-Desde que nací -dijo Florentino Ariza-, no he dicho una sola cosa que no sea en serio.
El capitán miró a Fermina Daza y vio en sus pestañas los primeros destellos de una escarcha invernal. Luego miró a Florentino Ariza, su dominio invencible, su amor impávido, y lo asustó la sospecha tardía de que es la vida, más que la muerte, la que no tiene límites.
-¿Y hasta cuándo cree usted que podemos seguir en este ir y venir del carajo? –le preguntó.
Florentino Ariza tenía la respuesta preparada desde hacía cincuenta y tres años, siete meses y once días con sus noches.
-Toda la vida --dijo.” (Pág. 494 y 495).
Yo elegí este tema ya que me pareció interesante como se trataba el amor muchos años atrás. Como las cosas cambiaron mucho, puede apreciar y vivir paso a paso la historia de estos personajes que lucharon por su amor y después de mucho tiempo, aunque para muchos era imposible, lograron su felicidad al final de la novela. Éste final tiene un género romántico.
Otros detalles para destacar son los recursos de estilo que le agregan distinción y diferencian a esta novela de las demás. Por ejemplo la utilización del Leiv Motiv, que en este caso es la repetición de la frase “Pobre hombre” a lo largo de la novela. “Apenas alcanzó a pensar: “¡Dios mío, pobre hombre!”.(Pág. 153)
“Suspiró: “Pobre hombre”. De pronto cayó en la cuenta de que era la
segunda vez que lo decía en poco más de un año, y por un instante pensó en Florentino
Ariza, y ella misma se sorprendió de cuán lejos estaba de su vida: pobre hombre.” (Pág.181)
“Fermina Daza siguió abriendo el balcón por las mañanas durante varios meses, y siempre echaba de menos el fantasma solitario que la acechaba en el parquecito desierto, veía el árbol que fue suyo, el banco menos visible donde se sentaba a leer pensando en ella, a sufrir por ella, y tenía que volver a cerrar la ventana, suspirando: “Pobre hombre”. (Pág. 293)
“Lo único que se permitió fue un suspiro más hondo que de costumbre, el último: “¡Pobre hombre!”.” (Pág. 295)
A su vez, el frecuente uso de la sinestesia en frases como, “Fue un viaje demente” (Pág. 125) personificaciones constantes, “Los días se le iban contemplando las nieves perpetuas desde la terraza, meciéndose muy despacio en un mecedor vienés, junto a una mesita donde las criadas le mantenían siempre caliente una olla de café negro y un vaso de agua de bicarbonato con dos dentaduras postizas, que ya no se ponía sino para recibir visitas.” (Pág. 383) y metáforas como, “Florentino Ariza, verde como un muerto, se dejó llevar.” (Pág. 119).
Muchos recursos mas son utilizados, como el hiperbaton “Antes de vestirse, se encerró en el baño y alcanzó a escribirle a Florentino Ariza una breve carta de adiós, en una hoja arrancada del cuadernillo de papel higiénico.” (Pág. 125), poliptoton “Hasta entonces había estado a órdenes suyas, y quería seguir estándolo, aunque la realidad era distinta: el mismo Florentino Ariza no se daba cuenta de que era él quien estaba bajo las órdenes de ella.” (Pág. 267) y núcleo resumidor, “Sus clientas de siempre venían cada vez más viejas a la mercería, más pálidas y escurridizas, y ella no las reconocía después de haberlas tratado durante media vida, o confundía los asuntos de unas con los de otras. Lo cual era muy grave en negocios como el suyo, en los que no se firmaban papeles para proteger la honra, la propia y la ajena, y la palabra de honor se daba y se aceptaba como garantía suficiente.” (Pág. 249).
García Marques en esta novela no utiliza elusiones, sino que utiliza los pronombres personales y el nombre del interpelado para referirse a una determinada persona. “Ella lo hubiera hecho de todos modos, desde luego, por una indomable vocación de poder, pero la verdad fue que lo hizo a conciencia por pura gratitud. Era tal su determinación, que el mismo Florentino Ariza se perdió en sus manejos, y en un momento sin fortuna trató de cerrarle el paso a ella creyendo que ella trataba de cerrárselo a él. Leona Cassiani lo puso en su puesto.” (Pág. 267).
A su vez realiza un abuso frecuente del nexo coordinante, “Él se rió de la ocurrencia, y la llevó a ver l desfile de carrozas desde el balcón de la heladería. Luego se puso un capuchón alquilado, y ambos se metieron en la ronda de bailes de la Plaza de la Aduana, y gozaron juntos como novios acabados de nacer, pues la indiferencia de ella se fue al extremo contrario con el fragor de la noche: bailaba como una profesional, y era imaginativa y audaz para la parranda, y de un encanto arrasador.” (Pág. 259)
Las oraciones suelen ser largas y en ellas se detalla o se dan aclaraciones para formar la idea principal de la oración. “Después de la experiencia errática con la viuda de Nazaret, que le abrió el camino de los amores callejeros, siguió cazando las pajaritas huérfanas de la noche durante varios años, todavía con la ilusión de encontrar un alivio para el dolor de Fermina Daza.” (Pág. 250)
Los diálogos suelen ser citados con rayas de diálogo y encontrarse entre los sìmbolos "<...>"
“-Pues vuelve al tranvía y tráeme a todas las que encuentres como esa -le dijo el tío-. Con dos o tres más así sacamos a flote tu galeón.” (Pág. 266)
“<Yo no sería nada sin ella>” (Pág. 274)
Para citar nombres propios, frases dichas por otras personas o frases de canciones se utiliza bastardilla: “Trajo una esencia perturbadora escogida entre muchas en la perfumería del Bazar de la Charité,” (Pág. 234)
“El que escribió el ensayo no dudaba de que el autor del soneto fuera en realidad el que decía serlo, y lo justificaba sin rodeos desde el título: Todos los chinos son poetas.”(Pág. 279)
“Empezó a entonar con muy buena voz la canción de moda: Ramona, sin ti yo ya no puedo vivir.”(Pág. 410)
-No, por favor -le dijo-. Olvídelo.” (Pág. 153). Después de esto, Fermina cae enferma y el doctor Juvenal Urbino va de urgencias a visitarla y así es como sucedió. El cayó enamorado de la enferma, “Le gustaba decir que aquel amor había sido el fruto de una equivocación clínica. Él mismo no podía creer que hubiera ocurrido, y menos en aquel momento de su vida, cuando todas sus reservas pasionales estaban concentradas en la suerte de su ciudad, de la cual había dicho con demasiada frecuencia y sin pensarlo dos veces que no había otra igual en el mundo.” (Pág. 155). El amor no tardó en llegar para Juvenal, salió de la consulta encantado con la joven, pero Fermina era de carácter arisco y no le haría las cosas fáciles. Pero después de un encuentro arreglado por Juvenal, ella cayó a sus pies. “Durmió a saltos, viendo al doctor Juvenal Urbino por todas partes, viéndolo reír, cantar, echando chispas de azufre por los dientes con los ojos vendados, burlándose de ella con una jerigonza sin reglas fijas en un coche distinto que subía hacia el cementerio de los pobres” (Pág. 199). Aceptó su propuesta de matrimonio. “Le bastó ese minuto único para asumir la decisión como estaba previsto en las leyes de Dios y de los hombres: hasta la muerte. Entonces se disiparon todas las dudas, y pudo hacer sin remordimientos lo que la razón le indicó como lo más decente: pasó una esponja sin lágrimas por encima del recuerdo de Florentino Ariza, lo borró por completo, y en el espacio que él ocupaba en su memoria dejó que floreciera una pradera de amapolas. Lo único que se permitió fue un suspiro más hondo que de costumbre, el último: “¡Pobre hombre!”(Pág. 295). Mientras ellos disfrutaban de su espléndido viaje “Florentino Ariza era virgen, y se había propuesto no dejar de serlo mientras no fuera por amor.”(Pág. 97). Pero algo que no estaba en sus planes sucedió, “El asalto había sido tan rápido y triunfal que no podía entenderse como una locura súbita del tedio, sino como el fruto de un plan elaborado con-todo su tiempo y hasta en sus pormenores minuciosos. Esta certidumbre halagadora aumentó la ansiedad de Florentino Ariza, que en la cúspide del gozo había sentido una revelación que no podía creer, que inclusive se negaba a admitir, y era que el amor ilusorio de Fermina Daza podía ser sustituido por una pasión terrenal. Fue así como se empeñó en descubrir la identidad de la violadora maestra en cuyo instinto de pantera encontraría quizás e remedio para su desventura.”(Pág. 208). Esto hizo que descubriera la forma de calmar el dolor por el rechazo de Fermina. “Cincuenta años más tarde, cuando Fermina Daza quedó libre de su condena sacramental, tenía unos veinticinco cuadernos con seiscientos veintidós registros de amores continuados, aparte de las incontables aventuras fugaces que no merecieron ni una nota de caridad.” (Pág. 221)
Con la luna de miel vinieron los hijos. “El día que Florentino Ariza vio a Fermina Daza en el atrio de la catedral encinta de seis meses y con pleno dominio de su nueva condición de mujer de mundo, tomó la determinación feroz de ganar nombre y fortuna para merecerla. Ni siquiera se puso a pensar en el inconveniente de que fuera casada, porque al mismo tiempo decidió, como si dependiera de él, que el doctor Juvenal Urbino tenía que morir. No sabía ni cuándo ni cómo, pero se lo planteó como un acontecimiento ineluctable, que estaba resuelto a esperar sin prisas ni arrebatos, así fuera hasta el fin de los siglos.” (Pág. 237). Y así se propuso a hacerlo “Sabía desde hacía tiempo que estaba predestinado a hacer feliz a una viuda, y a que ella lo hiciera feliz, y eso no le preocupaba. Al contrario: estaba preparado. De tanto conocerlas en sus incursiones de cazador solitario, Florentino Ariza terminaría por saber que el mundo estaba lleno de viudas felices.” (Pág. 289)
Los problemas matrimoniales surgieron rápidamente, “En todo caso, el matrimonio feliz de Fermina Daza había durado lo que el viaje de bodas, y el único que podía ayudarla a impedir el naufragio final estaba paralizado de terror ante la potestad de la madre.” (Pág. 296). Estos problemas hacían que la idea del matrimonio perfecto se borrara de la cabeza de Fermina en un abrir y cerrar de ojos, y esto la dejaba pensando en Florentino, “Una tarde invernal fue a cerrar el balcón, antes de que se desempedrara la tormenta, y vio a Florentino Ariza en su escaño bajo los almendros del parquecito, con el traje de su padre reducido para él y el libro abierto en el regazo, pero. no lo vio como entonces lo había visto por casualidad varias veces, sino a la edad con que se le quedó en la memoria. Tuvo el temor de que aquella visión fuera un aviso de la muerte, y le dolió. Se atrevió a decirse que tal vez hubiera sido feliz con él, sola con él en aquella casa que ella había restaurado para él con tanto amor como él había restaurado la suya para ella, y la simple suposición la asustó, porque le permitió darse cuenta de los extremos de desdicha a que había llegado.”(Pág. 304). Pero con los años se hicieron grandes compañeros, “Se aferró al esposo. Y justo por la época en que él la necesitaba más, porque iba delante de ella con diez años de desventaja tantaleando solo entre las nieblas de la vejez, y con las desventajas peores de ser hombre y más débil. Terminaron por conocerse tanto, que antes de los treinta años de casados eran como un mismo ser dividido, y se sentían incómodos por la frecuencia con que se adivinaban el pensamiento sin proponérselo, o por el accidente ridículo de que el uno se anticipara en público a lo que el otro iba a decir. Habían sorteado juntos las incomprensiones cotidianas, los odios instantáneos, las porquerías recíprocas y los fabulosos relámpagos de gloria de la complicidad conyugal. Fue la época en que se amaron mejor, sin prisa y sin excesos, y ambos fueron más conscientes y agradecidos de sus victorias inverosímiles contra la adversidad. La vida había de depararles todavía otras pruebas mortales, por supuesto, pero ya no importaba: estaban en la otra orilla.” (Pág. 321). Pero no por ésto dejo de dudar sobre el, “Azuzada por su fantasía, empezó a descubrir los cambios del marido. Lo encontraba evasivo, inapetente en la mesa y en la cama, propenso a la exasperación y a las réplicas irónicas, y cuando estaba en la casa ya no era el hombre tranquilo de antes, sino un león enjaulado. Por primera vez desde que se casaron vigiló sus tardanzas, las controló al minuto, y le decía mentiras para sacarle verdades, pero luego se sentía herida de muerte por sus contradicciones.” (Pág. 343), “Por último cayó en la cuenta de que el esposo no comulgó el jueves de Corpus Christi, ni tampoco en ningún domingo de las últimas semanas, y no encontró tiempo para los retiros espirituales de aquel año. Cuando ella le preguntó a qué se debían esos cambios insólitos en su salud espiritual, recibió una respuesta ofuscada. Ésta fue la clave decisiva, porque él no había dejado de comulgar en una fecha tan importante desde que hizo la primera comunión a los ocho años. De este modo se dio cuenta no sólo de que su marido estaba en pecado mortal, sino que había resuelto persistir en él, puesto que no acudía a los auxilios de su confesor.” (Pág. 343). Y así descubrió la infidelidad, “el fantasma de la señorita Bárbara Lynch había entrado por fin en la casa.
El doctor Juvenal Urbino la había conocido cuatro meses antes, esperando el turno en la consulta externa del Hospital de la Misericordia, y se dio cuenta al instante de que algo irreparable acababa de ocurrir en su destino.” (Pág. 345). “Nunca había imaginado que pudiera sufrirse tanto por algo que parecía ser todo lo contrario del amor, pero en esas estaba, y resolvió que el único recurso para no morirse era meterle fuego al cubil de víboras que le emponzoñaba las entrañas.” (Pág. 344). Ante dicho descubrimiento, Juvenal decidió alejarse de su amante y Fermina regresó con Hildebranda, donde su padre la había mandado para alejarse de Florentino.
Juvenal no pudo soportar su partida y “en vez de apelar a los mismos remedios de distracción que les daba a sus enfermos, estaba ofuscado de terror. Era cierto: lo único que necesitaba en la vida, también a los cincuenta y ocho años, era alguien que lo entendiera. De modo que acudió a Fermina Daza, el ser que más lo amaba y al que más amaba en este mundo, y con la que acababa de poner en paz su conciencia.” (Pág. 354). Después de unos años, Juvenal Urbino murió. “Todo lo que Florentino Ariza había hecho desde que Fermina Daza se casó, estaba fundado en la esperanza de esta noticia. Sin embargo, llegada la hora, no se sintió sacudido por la conmoción de triunfo que tantas veces había previsto en sus insomnios, sino por un zarpazo de terror: la lucidez fantástica de que lo mismo habría podido ser por él por quien tocaran a muerto.”(Pág. 394). Para Fermina hubiera sido casi imposible afrontar la muerte de su esposo si no hubiera sido por Florentino, en un principio “Era un fantasma en una casa ajena que de un día para otro se había vuelto inmensa y solitaria, y en la cual vagaba a la deriva, preguntándose angustiada quién estaba más muerto: el que había muerto o la que se había quedado.
No podía sortear un recóndito sentimiento de rencor contra el marido por haberla dejado sola en medio de la mar tenebrosa. Todo lo suyo le provocaba el llanto: la piyama debajo de la almohada, las pantuflas que siempre le parecieron de enfermo, el recuerdo de su imagen desvistiéndose en el fondo del espejo mientras ella se peinaba para dormir, el olor de su piel que había de persistir en la de ella mucho tiempo después de la muerte. Se detenía a mitad de cualquier cosa que estuviera haciendo y se daba una palmadita en la frente, porque de pronto se acordaba de algo que olvidó decirle. A cada instante le venían a la mente las tantas preguntas cotidianas que sólo él le podía contestar. Alguna vez él le había dicho algo que ella no podía concebir: los amputados sienten dolores, calambres, cosquillas, en la pierna que ya no tienen. Así se sentía ella sin él, sintiéndolo estar donde ya no estaba.” (Pág. 398). “También para Florentino Ariza aquellas tres semanas habían sido de agonía. La noche en que le reiteró su amor a Fermina Daza había vagado sin rumbo por calles desbaratadas por el diluvio de la tarde, preguntándose aterrado qué iba a hacer con la piel del tigre que acababa de matar después de haber resistido a su asedio durante más de medio siglo.” (Pág. 405). Florentino decidió aprovechar el momento e ir a visitar a Fermina, sus visitas se hicieron constantes, “Las visitas empezaron a adquirir muy pronto una incómoda amplitud familiar, pues el doctor Urbino Daza y su esposa aparecían a veces como por casualidad, y se quedaban jugando barajas.” (Pág. 442). Y gracias a estos encuentros “Volvieron a tutearse, volvieron a intercambiar comentarios sobre sus vidas como en las cartas de antes, pero Florentino Ariza trató de ir otra vez con demasiada prisa: escribió el nombre de ella con puntadas de alfiler en los pétalos de una camelia, y se la mandó en una carta. Dos días después la recibió de vuelta sin ningún comentario.” (Pág. 448). Fermina decidió embarcarse en un viaje en el que sorpresivamente Florentino había reservado un camarote para el, y en ese viaje decidieron amarse por siempre como debió haber sido desde el primer momento. “-Sigamos derecho, derecho, derecho, otra vez hasta La Dorada.
Fermina Daza se estremeció, porque reconoció la antigua voz iluminada por la gracia del Espíritu Santo, y miró al capitán: él era el destino. Pero el capitán no la vio, porque estaba anonadado por el tremendo poder de inspiración de Florentino Ariza.
-¿Lo dice en serio? -le preguntó.
-Desde que nací -dijo Florentino Ariza-, no he dicho una sola cosa que no sea en serio.
El capitán miró a Fermina Daza y vio en sus pestañas los primeros destellos de una escarcha invernal. Luego miró a Florentino Ariza, su dominio invencible, su amor impávido, y lo asustó la sospecha tardía de que es la vida, más que la muerte, la que no tiene límites.
-¿Y hasta cuándo cree usted que podemos seguir en este ir y venir del carajo? –le preguntó.
Florentino Ariza tenía la respuesta preparada desde hacía cincuenta y tres años, siete meses y once días con sus noches.
-Toda la vida --dijo.” (Pág. 494 y 495).
Yo elegí este tema ya que me pareció interesante como se trataba el amor muchos años atrás. Como las cosas cambiaron mucho, puede apreciar y vivir paso a paso la historia de estos personajes que lucharon por su amor y después de mucho tiempo, aunque para muchos era imposible, lograron su felicidad al final de la novela. Éste final tiene un género romántico.
Otros detalles para destacar son los recursos de estilo que le agregan distinción y diferencian a esta novela de las demás. Por ejemplo la utilización del Leiv Motiv, que en este caso es la repetición de la frase “Pobre hombre” a lo largo de la novela. “Apenas alcanzó a pensar: “¡Dios mío, pobre hombre!”.(Pág. 153)
“Suspiró: “Pobre hombre”. De pronto cayó en la cuenta de que era la
segunda vez que lo decía en poco más de un año, y por un instante pensó en Florentino
Ariza, y ella misma se sorprendió de cuán lejos estaba de su vida: pobre hombre.” (Pág.181)
“Fermina Daza siguió abriendo el balcón por las mañanas durante varios meses, y siempre echaba de menos el fantasma solitario que la acechaba en el parquecito desierto, veía el árbol que fue suyo, el banco menos visible donde se sentaba a leer pensando en ella, a sufrir por ella, y tenía que volver a cerrar la ventana, suspirando: “Pobre hombre”. (Pág. 293)
“Lo único que se permitió fue un suspiro más hondo que de costumbre, el último: “¡Pobre hombre!”.” (Pág. 295)
A su vez, el frecuente uso de la sinestesia en frases como, “Fue un viaje demente” (Pág. 125) personificaciones constantes, “Los días se le iban contemplando las nieves perpetuas desde la terraza, meciéndose muy despacio en un mecedor vienés, junto a una mesita donde las criadas le mantenían siempre caliente una olla de café negro y un vaso de agua de bicarbonato con dos dentaduras postizas, que ya no se ponía sino para recibir visitas.” (Pág. 383) y metáforas como, “Florentino Ariza, verde como un muerto, se dejó llevar.” (Pág. 119).
Muchos recursos mas son utilizados, como el hiperbaton “Antes de vestirse, se encerró en el baño y alcanzó a escribirle a Florentino Ariza una breve carta de adiós, en una hoja arrancada del cuadernillo de papel higiénico.” (Pág. 125), poliptoton “Hasta entonces había estado a órdenes suyas, y quería seguir estándolo, aunque la realidad era distinta: el mismo Florentino Ariza no se daba cuenta de que era él quien estaba bajo las órdenes de ella.” (Pág. 267) y núcleo resumidor, “Sus clientas de siempre venían cada vez más viejas a la mercería, más pálidas y escurridizas, y ella no las reconocía después de haberlas tratado durante media vida, o confundía los asuntos de unas con los de otras. Lo cual era muy grave en negocios como el suyo, en los que no se firmaban papeles para proteger la honra, la propia y la ajena, y la palabra de honor se daba y se aceptaba como garantía suficiente.” (Pág. 249).
García Marques en esta novela no utiliza elusiones, sino que utiliza los pronombres personales y el nombre del interpelado para referirse a una determinada persona. “Ella lo hubiera hecho de todos modos, desde luego, por una indomable vocación de poder, pero la verdad fue que lo hizo a conciencia por pura gratitud. Era tal su determinación, que el mismo Florentino Ariza se perdió en sus manejos, y en un momento sin fortuna trató de cerrarle el paso a ella creyendo que ella trataba de cerrárselo a él. Leona Cassiani lo puso en su puesto.” (Pág. 267).
A su vez realiza un abuso frecuente del nexo coordinante, “Él se rió de la ocurrencia, y la llevó a ver l desfile de carrozas desde el balcón de la heladería. Luego se puso un capuchón alquilado, y ambos se metieron en la ronda de bailes de la Plaza de la Aduana, y gozaron juntos como novios acabados de nacer, pues la indiferencia de ella se fue al extremo contrario con el fragor de la noche: bailaba como una profesional, y era imaginativa y audaz para la parranda, y de un encanto arrasador.” (Pág. 259)
Las oraciones suelen ser largas y en ellas se detalla o se dan aclaraciones para formar la idea principal de la oración. “Después de la experiencia errática con la viuda de Nazaret, que le abrió el camino de los amores callejeros, siguió cazando las pajaritas huérfanas de la noche durante varios años, todavía con la ilusión de encontrar un alivio para el dolor de Fermina Daza.” (Pág. 250)
Los diálogos suelen ser citados con rayas de diálogo y encontrarse entre los sìmbolos "<...>"
“-Pues vuelve al tranvía y tráeme a todas las que encuentres como esa -le dijo el tío-. Con dos o tres más así sacamos a flote tu galeón.” (Pág. 266)
“<Yo no sería nada sin ella>” (Pág. 274)
Para citar nombres propios, frases dichas por otras personas o frases de canciones se utiliza bastardilla: “Trajo una esencia perturbadora escogida entre muchas en la perfumería del Bazar de la Charité,” (Pág. 234)
“El que escribió el ensayo no dudaba de que el autor del soneto fuera en realidad el que decía serlo, y lo justificaba sin rodeos desde el título: Todos los chinos son poetas.”(Pág. 279)
“Empezó a entonar con muy buena voz la canción de moda: Ramona, sin ti yo ya no puedo vivir.”(Pág. 410)