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    "Noticias de un secuestro"-Gabriel García Márquez-2° C

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    florencia mollo


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    Join date : 22/08/2010

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    Post  florencia mollo Sun Aug 22, 2010 11:51 pm

    Noticias de un secuestro
    Gabriel García Marquez


    A las 7 y cinco de la noche dos mujeres subieron al auto asegurandose que nadie los acechaba. El Parque nacional estaba muy oscuro y los arboles sin hojas tenian un perfil fantasmal contra el cielo turbio y triste Maruja se sentó detrás del chofer y dio la orden de ir a su casa, Beatriz entro por la otra puerta del auto.
    Por temas de seguridad o por razones de transito tomaban dos caminos diferentes. El chofer siempre dejaba a Maruja en su casa y luego a Beatriz en la suya.
    Esa noche dos autos, un Mercedes Benz y un taxi comenzaron a seguirlas. Una persona desde un café cercano controlaba asegurándose que todo suceda de acuerdo a lo que planeó. Doscientos metros antes de llegar a la casa de Maruja el taxi encerró al remis y el Mercedes Benz se detuvo detrás. Bajaron los hombres de sus autos y cinco de ellos rodearon el remis mientras uno de ello vigilaba con su ametralladora. Maruja ordeno al chofer que arranque pero ya era tarde y le dijo a Beatriz que se tirara al piso del auto, pero no lo hizo. Beatriz pensó que era un robo entonces se saco los anillos y los tiro por la ventanilla del auto, mientras tanto Maruja se hizo un ovillo detrás del asiento y no se dio cuenta que llevaba sus anillos muy valiosos. Dos hombres abrieron la puerta de Maruja y otros dos la puerta de Beatriz, mientras otro de ellos le disparó al chofer. La sacaron a la fuerza a Maruja del auto se lastimo una pierna y la subieron al auto que estaba detrás, diciéndole que venían por ella. Ella estaba sentada en el medio del asiento y un hombre en cada uno de sus lados. No pudo ver en que auto la habian subido pero le parecio que era nuevo y que estaba blindado porque los ruidos de la avenida llegaban en sordina como un murmullo de lluvia. Un hombre que estaba sentado en el asiento de adelante trató de calmarla y le dijo que la llevaban para que diera un comunicado y en un rato la iban a liberar.
    A Beatriz la subieron al taxi y le dijeron que se tire al piso uno de los secuestradores la cubrió con una campera, allí se dio cuenta que se había olvidado la cartera, mientras el taxi arranco rápidamente.
    Mientras tanto Maruja que estaba en el otro auto, se animó a preguntarle a los secuestradores quienes eran y uno de ellos le respondió que eran de la guerrilla.
    Este dio la orden que cubrieran a Maruja porque iban a pasar por un control de la policía, uno de ellos la apuntaban con un arma. Pasaron por el control policial, pasaron un un camino de tierra y el auto se detuvo, al bajar a Maruja le taparon la cabeza.
    Cuando le descubrieron la cabeza pudo ver que estaba en un cuartito pequeño con un colchón en el piso y una luz roja en el ciel raso. Un rato después entraron dos enmascarados y le sacaron las joyas por razones de seguridad, uno de ellos le dijo que no le iba a pasar nada.
    Beatriz no sabia hacia donde se dirigia el taxi que avanzaba lento en el transito mientras que el chofer recibía ordenes que no eran claras a través del radioteléfono. Finalmente la bajaron del auto con la cabeza cubierta con una campera que tenia mal olor, y la dejaron en el mismo cuartito pequeño, allí se reencontró con Maruja. Uno de ellos a quien llamaban el Doctor parecia ser el jefe debido a las ordenes que daba. Este les dijo que las habían secuestrado para llevarle un mensaje al gobierno. Les aviso que nadie sabia donde ellas estaban y las amenazo con una ametralladora. Luego le dijo a Beatriz que las iban a separar y que a ella la iban a liberar porque la habían traído por error.
    Beatriz no quiso y le dijo al secuestrador que se iba a quedar con Maruja, a lo que el secuestrador contesto que era una buena amiga. Este les dijo si querían comer algo pero ellas pidieron agua. Maruja después pidió un cigarrillo y Beatriz ir al baño. Ella espió por una ventana pero solo vio una casita de adobe. Cuando regreso al cuarto, el jefe llamado Doctor le dijo que se iba a quedar porque también era importante para ellos, se había enterado por la radio de la identidad de Beatriz.
    El Doctor también se entero por la radio que habían tomado las patentes de ambos autos, entonces decidieron dejar la casa donde tenían a las secuestradas. Ambas fueron metidas en el baúl de dos autos diferentes. Les dijeron que llevaban diez kilos de dinamita.
    Beatriz a través de una ranura pudo ver a dos hombres sentados en el asiento trasero y a una mujer con un chico de dos años sentada al lado del chofer. También vio el cartel de un centro comercial conocido. Se dio cuenta que iban por la autopista del norte, luego tomaron otro camino, no pudieron ver mucho mas siguieron viajando un rato mas hasta que auto se detuvo las bajaron y las llevaron hasta un cuarto.
    Se encontaron con una mujer que hacia dos meses que estaba secuestrada y que daban por muerta su nombre era Marina Montoya.

    La policía se comunicó con el esposo de Beatriz, el Dr. Pedro Guerrero para comunicarle que ella estaba desaparecida, ella dejo olvidada su cartera en el remis y allí encontraron una libreta que decía que lo llamen a el marido para caso de emergencia.
    Alberto Villamizar , el marido de Maruja estaba preocupado por que ella no había llegado a su casa cuando recibe una llamada donde se entera de lo que sucedió y se dirigió hasta el lugar donde estaba el remis. Habían pasado media hora del secuestro, el chofer no pudo dar información porque debido a los disparos estaba en estado de coma, poco después la radio decía que había muerto.
    Villamizar , quien tenia contacto con gente de la política regreso a su casa para comunicarse con el presidente Cesar Gaviria, quien le dijo que iba a dar instrucciones al Consejero de Seguridad que se encargue del tema y lo mantenga informado. Tanto Villamizar como el presidente Cesar Gaviria sabían que el secuestro de Beatriz y Maruja tenía motivos políticos, debido a las actividades profesionales de Alberto Villamizar.



    Habían pasado diez días del secuestro de Maruja y Beatriz, no podían levantarse del colchón y cada cosa que necesitaban debían pedírsela a los dos guardianes que la controlaban hasta cuando estaban durmiendo. Maruja debia taparse la boca con una almohada por la tos. Paralelo al colchón estaba la cama de Marina y también había un velador. El lugar tenía muy poca luz y hacia mucho calor, el único consuelo para ellas era cuando le traían café y cigarrillo, a pesar que a Beatriz no le gustaba el humo lo soportaba para ver felices a las otras.
    Ninguna sabia donde estaban, se escuchaban ruidos de camiones, también una tienda de alcohol y música que se oía hasta tarde. También escuchaban despegar y aterrizar a pequeños aviones lo que les hacia pensar que estaban cerca de un aeropuerto para aviones de pista corta al norte de Bogotá. Una vez al mes escuchaban el ruido de un helicóptero en el que viajaba un militar responsable de sus secuestros.
    Marina a veces deliraba y no sabían si era verdad lo que ella decía. Marina decía que en un cuarto cerca estaban encerrados Francisco Santos y Diana Turbay. Un dia escucharon muchos gritos y Marina pensó que estaban matando a Francisco pero en realidad estaban cambiando de lugar una lavadora pesada.
    De noche el silencio era total solo se escuchaba a un gallo el ladrido de un perro guardian y mas ladridos pero lejanos. Maruja durante varios días casi no abrió los ojos, estaba pensativa y con miedo, a veces no hablaba y tampoco comía, le molestaba la indolencia de Beatriz, la brutalidad de los encapuchados y la sumisión de Marina. Cada vez que Maruja tocía los guardias le pegaban.
    Una vez escucharon en la radio a Pedro Guerrero diciéndoles a los secuestradores que sean hombres y que den la cara, eso le dio mucho miedo a Beatriz pensando que los secuestradores la iban a maltratar.
    Dos días después entró al cuarto pateando la puerta un jefe, quien retó a Maruja porque hacia ruido de noche por su tos y que si seguía tosiendo le iban a volar la cabeza de un balazo. Maruja le contestó que no podía hacer nada y si querían que la mataran. También le dijo que lleguen a algún acuerdo con su marido. A ella le parecía que había sucedido esto porque le pidieron que les armen una lista de cosas indispensables (jabón, cepillo de dientes, etc).
    Tenían que caminar sin zapatos para no hacer ruido, le habían sacado la ropa del día del secuestro, le habían dado dos remeras como reemplazo y un talego para guardar sus bienes personales.
    Había un baño para ellas tres y los dos guardianes, un televisor y una radio.
    Llegaban a recibir por la televisión mensajes de esperanza de sus familiares.




    Cerca de allí en la misma ciudad las condiciones de Francisco Santos eran ton horribles como las de Maruja y Beatriz pero no tan severas quizás porque el grupo de guardianes no era el mismo.
    Francisco tenia cama podía leer periodicos, jugar a las cartas veía con sus guardianes los partidos de fútbol conversaba con ellos de diferentes temas.
    En Octubre se enteró que debían dar una muestra de supervivencia a su familia. Grabó en un minicasete un mensaje del día. Cuando vio su mensaje publicado sintió que se había puesto la soga al cuello debido a lo que dijo a través de él. Cosa que se agravó cuando se enteró que habían secuestrado a Maruja y a Beatriz. Esto hizo que empezara a armar un plan de fuga.
    Las condiciones de Diana y el resto a 500 kms al norte de Bogotá y después de 3 meses de secuestro eran diferentes de los otros rehenes debido a que se presentaban grandes problemas de seguridad y logística.
    En la cárcel de Maruja y Beatriz no había perdón para los rehenes, en la de Francisco había un ambiente familiar, en la de Diana había improvisación e incertidumbre además cambiaron varias veces de casa. El grupo de Diana no estuvieron en una misma casa , Orlando y Hero Buss en una casa, y Diana, Azucena y Juan Vitta en otra cercana, veían la televisión escuchaban la radio y leían periodicos. Recien el 14 de septiembre dijeron por la televisión que estaban secuestrados por los Extraditables. El jefe de los secuestradores de Diana se llamaba Pacho y cuando estaba él todo lo resolvía y le llevaba regalos a los rehenes, pero no iba seguido y sus guardianes no estaban con estaban enmascarados. Diana y Azucena jugaban con ellos y hacian la lista del mercado, una vez uno de ellos dijo que “por plata no se preocupen que eso s lo que sobra”.
    Hero Buss, Richard Becerra y Orlando Acevedo, habían encontrado mucha ropa nueva de hombre en la casa donde estaban, los guardianes les habían contado que Pablo Escobar tenia esas mudas de emergencia en varias casas de seguridad, también les decían que pidieran lo que querían
    Las primeras semanas los rehenes habían sido separados en tres grupos y en tres casas distintas: Richard y Orlando en una, Hero Buss y Juan Vitta en otra, y Diana y Azucena en otra. A los dos primeros los instalaron en una casa todavía en obra negra y en un mismo dormitorio que parecía más bien un calabozo de dos metros por dos, con un baño sucio y sin luz y vigilado por cuatro guardianes, para dormir había solo dos colchones y en una habitación cercana tenían a un secuestrado por el que pedían un rescate millonario.
    Diana y Azucena parecían estar en una casa de un jefe importante, comían en la mesa familiar, participaban de conversaciones y escuchaban música. Don Pacho les confirmo que habia una lista selecta de periodistas y personalidades que serian secuestrados a medida que los delincuentes lo necesitaran.

    Lo mas difícil para todos fue convivir con los guardianes. Maruja y Beatriz era n4 jovenes brutos, que estaban todo el tiempo tirados en el piso con sus metralletas.
    Un dia Diana observo que Azucena estaba triste, le reveló a Diana que estaba encinta. Juan Vitta no quería comer estaba deprimido, deliraba diciendo que veia a sus familiares muertos. En ese momento Hero Buss armo un escándalo y atendió a Juan un medico que trabajaba con Pablo Escobar, el diagnostico fue un stress avanzado. En noviembre se agravo Diana que tambien tuvo stress entre otras cosas.
    Maruja, Beatriz y Marina , tenian posibilidades de salir libres el 9 de diciembre se pusieron listas, pero finalmente no socedio de todas formas no estaban amargadas porque Maruja tenia la seguridad que su marido las iba a liberar.



    El secuestro de los periodistas fue una reacción a la idea que atormentaba al presidente César Gaviria de cómo crear una alternativa jurídica a la guerra contra el terrorismo. La idea era encontrar una fórmula jurídica para que se decidieran a confesar sus delitos a cambio de que el Estado les diera la seguridad para ellos y sus familias. El proyecto del decreto se discutió con una diligencia febril y un sigilo nada común en Colombia, y se aprobó el 5 de setiembre de 1990. Ése fue el decreto de Estado de Sitio 2047: quienes se entregaran y confesaran delitos podían obtener como beneficio principal la no extradición; quienes además de la confesión colaboraran con la justicia, tendrían una rebaja de la pena hasta una tercera parte por i entrega y la confesión, y hasta una sexta parte por colaboración con la justicia con la delación. Los Extraditables -ya conocidos en el mundo como una razón social de Pablo Escobar- repudiaron el decreto de inmediato, aunque dejaron puertas entreabiertas para seguir peleando por mucho más. La razón principal era que no decía de una manera incontrovertible que no serían extraditados. Pretendían también que los consideraran delincuentes políticos, y les dieran en consecuencia el mismo tratamiento que a los guerrilleros del M-19, que habían sido indultados y reconocidos como partido político. Uno de sus miembros era ministro de Salud, y todos participaban en la campaña de la Asamblea Nacional Constituyente. Otra de las preocupaciones de los Extraditables era una cárcel segura donde estar a salvo de sus enemigos, y garantías para la vida de sus familias y sus secuaces.

    Una casete que llegó a casa del doctor Turbay, franqueada en Montería, con una prueba de supervivencia de Diana y sus compañeros, que la familia había pedido con insistencia desde hacía varias semanas. La voz inconfundible: Papito, es difícil enviarle un mensaje en estas condiciones pero después de solicitarlo mucho nos han permitido hacerlo. Sólo una frase daba pistas para acciones futuras: Vemos y oímos noticias permanentemente. El doctor Turbay decidió mostrarle el mensaje al presidente y tratar de obtener algún indicio nuevo. el presidente estaba dispuesto a desencallarlo con algunas aclaraciones jurídicas en el decreto original. Había trabajado en eso toda la tarde, y confiaba en que se resolviera esa misma noche. Al día siguiente, prometió, les daría la buena noticia, pero no fue así.

    Nydia Quintero que habia sido esposa del ex presidente Turbay , su gestion hizo que los noticieros de televisión iniciaban sus emisiones con las fotos de todos los secuestrados, se llevaban las cuentas de los días de cautiverio, y se iban quitando los retratos correspondientes a medida que eran liberados. También por iniciativa suya se hacía un llamado por la liberación de los rehenes al iniciarse los partidos de fútbol en todo el país. Ni Turbay, ni Hernando Santos, ni nadie de tanto peso podría presionar al presidente para que negociara con los secuestradores. Esta certidumbre le pareció definitiva cuando el doctor Turbay le contó el fracaso de su última visita al presidente. Entonces tomó la determinación de actuar por su cuenta, y abrió un segundo frente de rueda libre para buscar la libertad de su hija por el camino recto.
    La Fundación Solidaridad por Colombia recibió en sus oficinas de Medellín una llamada anónima de alguien que decía tener noticias directas de Diana. Dijo que un antiguo compañero suyo en una finca cercana a Medellín le había puesto un papelito en la canasta de las verduras, en el cual le decía que Diana estaba allí. Que mientras veían el fútbol los guardianes de los secuestrados se ahogaban con cerveza hasta rodar por el suelo, sin ninguna posibilidad de reacción ante un operativo de rescate. Para mayor seguridad ofrecía mandar un croquis de la finca.
    Nydia quizo que al menos le llevaran una carta suya a Escobar. Había mandado una primera a través de Guido Parra, pero no obtuvo respuesta. Las hermanas Ochoa se negaron a enviar otra por el riesgo de que Escobar pudiera acusarlas más tarde de haberle causado algún perjuicio. Sin embargo, al final de la visita se habían vuelto sensibles a la vehemencia de Nydia, quien regresó a Bogotá con la certeza de haber dejado una puerta entreabierta en dos sentidos: una hacia la liberación de su hija y otra hacia la entrega pacífica de los tres hermanos Ochoa. Por eso le pareció oportuno informar de su gestión al presidente en persona.
    La recibió en el acto. Nydia fue directo al grano con las quejas de las hermanas Ochoa sobre el comportamiento de la policía. El presidente la dejó hablar, y apenas si le hacía preguntas sueltas pero muy pertinentes. Su propósito evidente era no darles a las acusaciones la trascendencia que Nydia les daba. En cuanto a su propio caso, Nydia quería tres cosas: que liberaran a los secuestrados, que el presidente tomara las riendas para impedir un rescate que podría resultar funesto, y que ampliara el plazo para la entrega de los Extraditables. La única seguridad que le dio el presidente fue que ni en el caso de Diana ni en el de ningún otro secuestrado se intentaría un rescate sin la autorización de las familias. Visitó a una cuñada de Pablo Escobar, que le habló en extenso de los atropellos de que eran víctimas ella y sus hermanos. Nydia le llevaba una carta para Escobar, Su propósito atinado era llegar al corazón de Escobar. Empezaba por decir que no se dirigía al combatiente capaz de cualquier cosa por conseguir sus fines, sino a Pablo el hombre, ese ser sensitivo, que adora a su madre y daría por ella su propia vida, al que tiene esposa y pequeños hijos inocentes e indefensos a quienes desea proteger. Se daba cuenta de que Escobar había apelado al secuestro de los periodistas para llamar la atención de la opinión pública en favor de su causa, devuélvanos a los secuestrados. La cuñada de Escobar le dio seguiridad de que Escobar iba a recibir la carta.
    Nydia decidió pedirle al presidente una pausa en los operativos de la policía mientras se negociaba la liberación de los rehenes. Lo hizo, y Gaviria le dijo sin preámbulos que no podía dar esa orden. Ante la inutilidad de sus gestiones con el presidente de la república, Turbay y Santos habían decidido llamar a otras puertas, y no se les ocurrió otra mejor que los Notables. Este grupo estaba formado por los ex presidentes Alfonso López Michelsen y Misael Pastrana; el parlamentario Diego Montaña Cuéllar y el cardenal Mario Revollo Bravo. López Michelsen propuso hacer una carta pública para que se supiera que los Notables habían tomado la vocería de las familias de los secuestrados. El acuerdo unánime fue que la redactara López Michelsen. Este acuerdo hacía posible el sueño de que los Extraditables tuvieran el mismo tratamiento político que las guerrillas. En la primera lectura cada uno puso algo suyo. Al final, uno de los abogados de Escobar solicitó que los Notables consiguieran una carta de Gaviria que garantizara la vida de Escobar de un modo expreso e inequívoco. Cosa que fue negada. La pretensión de Escobar era que el gobierno le asignara un territorio propio y seguro -un campamento cárcel, como él decía- igual al que tuvo el M-19 mientras se terminaban los trámites de la entrega. Le había mandado a Guido Parra una carta detallada sobre la cárcel especial que quería para él. Decía que el lugar perfecto, a doce kilómetros de Medellín, era una finca de su propiedad que estaba a nombre de un testaferro y que el municipio de Envigado podía tomar en arriendo para acondicionarla como cárcel. Mientras tanto, el tiempo pasaba sin ninguna noticia de ellas ni una ínfima prueba de supervivencia. Su única oportunidad para comunicarse había sido una carta enviada a través de Guido Parra, en la que les daba a ambas el optimismo y la seguridad de que él no volvería a hacer nada diferente de trabajar por liberarlas.



    Después de un mes del secuestro de Maruja y Beatriz se había perdido el régimen del cautiverio. Ya no pedían permiso para levantarse, y cada quien se servía su café o cambiaba los canales de televisión. Lo que se hablaba dentro del cuarto seguía siendo en susurros. Maruja no tenía que sofocarse con la almohada para toser. El almuerzo y la comida seguían iguales. Los guardianes hablaban mucho entre ellos sin más precauciones que los susurros. Los cuatro guardianes que habían estado con ellas desde el primer día fueron reemplazados por otros cuatro a principios de diciembre. Tenía el pasamontañas y una camiseta apretada que mostraba el torso perfecto con una medalla.
    El nueve de diciembre en el cumpleaños de Maruja el mayordomo y su mujer entraron en el cuarto con una botella de champaña criolla, vasos para todos, y una tarta.
    Juan Vitta despertó el 26 de noviembre con la noticia de que saldría libre por su mal estado de salud. Esos días se sentía mejor que nunca, y pensó que el anuncio era una triquiñuela para entregarle el primer cadáver a la opinión pública. Cuando el guardián le anunció que se preparara para ser libre sufrió un ataque de pánico. Después del mediodía le dieron unas vueltas en automóvil y lo soltaron en una esquina.
    Luego de esta liberación, a Hero Buss volvieron a mudarlo solo a un buen barrio. Por la forma en que lo adoptó la gente de alli se preparó para un largo encierro, pero lo liberaron el 11 de diciembre, quince días después de Juan Vitta. Les pidió que le consiguieran una entrevista con Pablo Escobar. Nunca le contestaron.

    Diana y Azucena se enteraron por la radio, y sus guardianes les dijeron que serían las próximas. Pero no les creían. Nada ocurrió para ellas desde entonces, nada volvieron a saber hasta dos días después al amanecer del 13 de diciembre cuando Diana fue despertada por susurros y movimientos raros en la casa. El pálpito de que iban a liberarlas la hizo saltar de la cama. Pero solo liberaron a Azucena.

    Richard y Orlando, cansados de dormir en el suelo del calabozo sucio, convencieron a sus guardianes de que los cambiaran de cuarto. Los pasaron al dormitorio donde habían tenido al mulato esposado, del cual no habían vuelto a tener noticias. Descubrieron con espanto que el colchón de la cama tenía grandes manchas de sangre reciente.
    Por la televisión y la radio se habían enterado de las liberaciones. Sus guardianes les habían dicho que los próximos serían ellos. El 17 de diciembre don Pacho entró sin tocar en el cuarto de Orlando. Le dieron un comunicado para la prensa, le dio las vueltas por distintos barrios de la ciudad y lo dejaron libre.


    El 31 de diciembre Damaris llevó el desayuno con la noticia de que celebrarían el Año Nuevo con una fiesta. Maruja pensó que aquélla sería la noche más triste de su vida, por primera vez lejos de su familia, y se hundió en la depresión. Beatriz acabó de derrumbarse. Marina, en cambio, recibió la noticia con alborozo, y no ahorró argumentos para darles ánimos.
    Un medico fue a revisarlas y a partir de entonces a cada una les dieron una caja de tranquilizante. En caso extremo podían cambiarlo por un barbitúrico fulminante que les permitió escapar a muchos horrores del encierro. El patio fue el único lugar de la casa que conocieron además del cuarto. Estaba en tinieblas mientras duraban los paseos, pero en las noches claras se alcanzaba a ver un lavadero grande y medio en ruinas. Había también un portón, más tarde se darían cuenta de que daba a un potrero donde habián corderos y gallinas Parecía muy fácil de abrirlo para evadirse, pero había un pastor alemán de aspecto insobornable. Sin embargo, Maruja se hizo amiga de él y no ladraba cuando se acercaba a acariciarlo.

    Diana se quedó sola cuando liberaron a Azucena. Veía televisión, oía radio, a veces leía la prensa,y con más interés que nunca, pero conocer las noticias sin tener con quién comentarlas era lo único peor que no saberlas. El trato de sus guardianes le parecía bueno. Pero Don Pacho, que antes pasaba largas horas con ella, que discutía, que la informaba bien, se hizo cada vez más distante. Sin explicación alguna, no volvieron a llevarle los periódicos. Las noticias, y aun las telenovelas, adquirieron el ritmo del país paralizado por el éxodo del Año Nuevo.

    Uno de los guardianes que terminaban el turno de enero irrumpió en el cuarto de Pacho Santos y le dijo que iban a matar rehenes. Según él, sería una represalia por la muerte de los Priscos. El comunicado estaba listo y saldría en las próximas horas. Matarían primero a Marina Montoya y luego uno cada tres días en su orden: Richard Becerra, Beatriz, Maruja y Diana. El último es usted le dijo el guardia.
    Pacho, aterrorizado, hizo sus cuentas según los datos del guardián: le quedaban dieciocho días de vida. Entonces decidió escribir a su esposa y a sus hijos con la conciencia de que no sólo era una carta de adiós, sino su testamento.

    La verdad era que a Pacho Santos era el primero de la lista, y la orden de asesinato había sido dada el día anterior. Pero la orden contra Pacho Santos no se conoció nunca, y en su lugar se impartió otra irrevocable contra Marina Montoya.
    A las diez y media de la noche del 23, miércoles, empezaban a ver en la televisión, la puerta se abrió a una hora insólita y entró el Monje, aunque no estaba de turno esa noche. Dijo que venían por la abuela para llevarla a otra finca. Marina en la cama quedó pálida, le dijo que recoja sus cosas. Se levantó sin ayuda salió para el baño Maruja enfrentó al Monje y le preguntó ¿La van a matar? Contesto que la llevaban a una finca mejor.

    Marina se entregó a los guardianes sin una lágrima. Le pusieron la capucha al revés, para que no pudiera ver. El otro guardián cerró la puerta desde fuera.
    Maruja y Beatriz se quedaron inmóviles frente a la puerta cerrada, sin saber por dónde retomar la vida, hasta que oyeron los motores en el garaje, y se desvaneció su rumor en el horizonte. Sólo entonces entendieron que les habían quitado el televisor y el radio para que no conocieran el final de la noche.




    Al amanecer del día siguiente, jueves 24, el cadáver de Marina Montoya fue encontrado en un terreno baldío al norte de Bogotá.
    La doctora Patricia Álvarez, que practicó la autopsia de Marina Montoya desde las siete y media de la mañana del viernes, le encontró en el estómago restos de alimentos reconocibles, y dedujo que la muerte había ocurrido en la madrugada del jueves.
    La desesperación de Alberto Villamizar no podía ser menor, convencido de que las ejecuciones no se harían esperar. Enfurecido llamó al presidente Gaviria para que pare los operativos.

    Diana había escrito la última hoja de su diario, van casi cinco meses y sólo nosotros sabemos lo que es esto. Ya no estaba sola. Después de la liberación de Azucena y Orlando había pedido que la reunieran con Richard, y fue complacida después de Navidad. Días antes les habían anunciado que los cambiarían de casa. No les había llamado la atención, pues en el mes corto que llevaban juntos los habían mudado dos veces a refugios cercanos, previendo ataques reales o imaginarios de la policía. Poco antes de las once de la mañana del 25 estaban en el cuarto de, cuando oyeron ruidos de helicópteros por el rumbo de Medellín. Los servicios de inteligencia de la policía habían recibido en los últimos días numerosas llamadas anónimas sobre movimiento de gente armada en el municipio y en especial en las fincas del Alto de la Cruz, Villa del Rosario y La Bola. Tal vez los carceleros de Diana y Richard planeaban trasladarlos al Alto de la Cruz, que era la finca más segura. La policía estaba a punto de allanar la casa. Los guardianes apuraban a gritos y empujaban a los secuestrados hacia la puerta de salida. Ellos intentaron trepar por las piedras según las ordenes de los guardianes con la primera ráfaga Richard se tiro al suelo luego Diana cayo a su lado. Tenia un orificio en la espalda y no podía caminar. Luego el tiroteo cesó y llegaron los agentes de elite. Richard le mostró la cédula de identidad. Ellos y algunos campesinos que surgieron de las breñas ayudaron a transportar a Diana Turbay en una hamaca improvisada con una sábana, y la acostaron dentro del helicóptero. El dolor se le había vuelto insoportable, pero estaba tranquila y lúcida, y sabía que iba a morir. La creencia general, por encima de todas las conjeturas, fue que Diana murió por accidente entre los fuegos cruzados.

    El 29 de enero fue promulgado el decreto 303 en el cual se resolvieron todos los escollos que habían impedido hasta entonces la entrega de los narcotraficantes. Tal como lo habían supuesto en el gobierno, nunca lograrían recoger la creencia generalizada de que fue un acto de mala conciencia por la muerte de Diana.

    Los Extraditables hicieron saber de inmediato en un comunicado que desistían de las ejecuciones anunciadas en vista de las solicitudes de varias personalidades del país.




    Maruja y Beatriz no se habían enterado de las muertes. Sin televisor ni radio, y sin más informaciones que las del enemigo, era imposible adivinar la verdad.
    La incertidumbre se hizo más inquietante por la madrugada, cuando Maruja y Beatriz se despertaron por el lamento del Monje que estaba sollozando. No quiso el desayuno, y varias veces se le oyó suspirar. Sin embargo, nunca dejó entender que estuviera muerta y el mayordomo se negaba a devolver el televisor y el radio esto aumentaba la sospecha del asesinato.
    Les negaron una vez más la radio y el televisor, pero en cambio trataron de mejorar la vida diaria. Prometieron libros, pero les llevaron muy pocos.
    Maruja permanecía día y noche haciéndose la dormida en el colchón, de cara a la pared para no tener que hablar. Apenas si comía. Beatriz ocupó la cama vacía y se refugió en los crucigramas y acertijos de las revistas, La realidad era cruda y dolorosa, pero era la realidad había más espacio en el cuarto.
    El guardian Jonas les confesó que habian matado a Diana.
    Un dia uno de los guardias, el Gorila, se puso la mano en el pecho y cayó al piso, el otro guardia y el mayordomo los arrastraron hasta la sala. Mientras Beatriz, con la metralleta en la mano, Maruja, miró la metralleta del otro guardián abandonada en el piso, y a las dos las estremeció la misma tentación. Maruja sabía disparar un revólver, y alguna vez le habían explicado cómo manejar la metralleta, pero una lucidez providencial le impidió recogerla. Beatriz, por su parte, estaba familiarizada con las prácticas militares.

    Cuando Pacho Santos vio por televisión el entierro de Diana y la exhumación de Marina Montoya, se dio cuenta de que no le quedaba otra alternativa que fugarse. Tenía una idea aproximada de dónde se encontraba. Por las conversaciones y los descuidos de los guardianes logró establecer que estaba en una casa de esquina en algún barrio vasto y populoso del occidente de Bogotá. Su cuarto era el principal del segundo piso con la ventana exterior clausurada con tablas. El baño lo podía utilizar sin vigilancia con sólo atravesar el corredor, pero antes tenía que pedir que lo desencadenaran. Allí la única ventilación era una ventana por donde podía verse el cielo. Tan alta, que no sería fácil alcanzarla, pero tenía un diámetro suficiente para salir por ella. Hasta entonces no tenía una idea de adonde podía conducir.
    Desde el primer día había previsto que el secuestro sería largo, y su relación con los guardianes le había hecho pensar que podría sobrellevarlo. Pero las muertes de Diana y Marina lo dejaron sin optimismo.

    Para Maruja y Beatriz también se había cerrado el horizonte después de las ilusiones de diciembre, pero volvió a entreabrirse a fines de enero por los rumores de que serían liberados dos rehenes.
    Los jefes le concedieron diez minutos para arreglarse a Matrz mientras ellos iban a tomar un café, ella se arregló. No le pusieron una capucha como a Marina, sino que trataron de vendarle los ojos con esparadrapos para que no pudiera reconocer el camino ni las caras. La despedida fue rápida y sin lágrimas. Beatriz estaba a punto de llorar pero Maruja se lo impidió para darle ánimo.
    Damaris entró antes de dos horas a contarle alborozada que Beatriz había llegado bien a su casa y que había sido muy cuidadosa en sus declaraciones, pues no había dicho nada que pudiera perjudicar a nadie. Toda la familia, con Alberto, por supuesto, estaba alrededor de ella. Las noticias eran ciertas.
    Cuando Beatriz entró en la casa se acordó de Maruja, sola y sin noticias en el cuarto miserable. Luego Alberto Villamizar le aviso que habían matado a Marina, provocándole mucho dolor.



    Villamizar visitó al procurador general tratando de encontrar una manera diferente de actuar. Fue una visita muy fructífera. El procurador le anunció que a fines de esa semana publicaría un informe sobre la muerte de Diana Turbay, en el cual responsabilizaba a la policía por actuar sin órdenes y sin prudencia, y abría pliego de cargos contra tres oficiales del Cuerpo Élite. Le reveló también que había investigado a once agentes acusados por Escobar con nombre propio, y había abierto pliego de cargos contra ellos. Cosa que cumplió.
    Villamizar le mandó una carta a Escobar ,a través de los Ochoa, y con otra carta para Maruja, que le rogaba hacer llegar. Aprovechó la ocasión para darle a Escobar una explicación de los tres poderes del Estado: ejecutivo, legislativo y jurisdiccional, y hacerle entender qué difícil era para el presidente, dentro de esos mecanismos constitucionales y legales, manejar cuerpos tan numerosos y complejos como las Fuerzas Armadas. Sin embargo, le dio la razón a Escobar en sus denuncias sobre las violaciones de los derechos humanos por la fuerza pública, y por su insistencia de pedir garantías para él, su familia y su gente cuando se entregaran.
    Escobar le contestó días después con el orgullo herido por la lección de derecho público. sabia que el país está dividido en Presidente, Congreso, Policías, Ejército pero también sé que el presidente es el que manda. Negó que los Extraditables hubieran ejecutado a Diana Turbay, o que hubieran intentado hacerlo, porque en ese caso no habrían tenido que sacarla de la casa donde estaba secuestrada ni la hubieran vestido de negro para que los helicópteros la confundieran con una campesina.
    La verdad en febrero parecía ser que Escobar no tenía confianza en los decretos, aun cuando decía que sí. La desconfianza era en él una condición vital, y solía repetir que gracias a eso estaba vivo. No delegaba nada esencial. Era su propio jefe militar, su propio jefe de seguridad, de inteligencia y de contrainteligencia, un estratega imprevisible y un desinformador sin igual. Su negativa de recibir a Villamizar obedecía al temor de que tuviera escondido debajo de la piel un dispositivo electrónico que permitiera rastrearlo.
    Los Ochoa hablaban del temor de Escobar, acorralado por sus propios demonios, decidiera inmolarse en una catástrofe de tamaño apocalíptico. Fue un temor profético. A principios de marzo, Villamizar recibió de ellos un mensaje apremiante: Habían recibido una carta de Pablo Escobar con la amenaza de reventar cincuenta toneladas de dinamita en el recinto histórico de Cartagena de Indias si no eran sancionados los policías que asolaban las comunas de Medellín: cien kilos por cada muchacho muerto fuera de combate. Villamizar viajó a Medellín una vez más, y con la ayuda de los Ochoa logró disuadir a Escobar. No fue fácil. Días antes del plazo, Escobar garantizó en un papel apresurado que a los periodistas cautivos no les pasaría nada por el momento, y aplazó la detonación de bombas en ciudades grandes. Pero también fue terminante: si después de abril continuaban los operativos de la policía en Medellín, no quedaría piedra sobre piedra de la muy antigua y noble ciudad de Cartagena de Indias.





    Maruja tomó conciencia de que estaba en manos de los hombres que quizás habían matado a Marina y a Beatriz, y se negaban a devolverle el radio y el televisor para que no se enterara. Pasó de la solicitud encarecida a la exigencia colérica, se enfrentó a gritos con los guardianes para que la oyeran hasta los vecinos, no volvió a caminar y amenazó con no volver a comer. El mayordomo y los guardianes, sorprendidos por una situación impensable, no supieron qué hacer. Susurraban en conciliábulos inútiles, salían a llamar por teléfono y regresaban aún más indecisos. Trataban de tranquilizar a Maruja con promesas ilusorias o intimidarla con amenazas, pero no consiguieron quebrantar su voluntad de no comer.
    Tres días después de la liberación de Beatriz entró el mayordomo con el radio y el televisor y le dijo a Maruja, Marina Montoya está muerta. Ella les dijo que ran unos asesinos.
    Le dijeron que se bajara del carro, y ella siguió caminando adelante y le dispararon por detrás de la cabeza. No pudo darse cuenta de nada.
    En las noticias del mediodía vio por fin a Beatriz, rodeada de su gente y en un apartamento lleno de flores que reconoció al instante a pesar de los cambios: era el suyo.
    De pronto, se rompió el contacto durante dos semanas. Entonces la embargó una sensación de olvido. Se derrumbó. No volvió a caminar. Permaneció acostada de cara a la pared, ajena a todo, comiendo y bebiendo apenas para no morir. Volvió a sentir los mismos dolores de diciembre, los mismos calambres y punzadas en las piernas que habían hecho necesaria la visita del médico.
    El relevo de la guardia de febrero fue providencial. En vez de la pandilla de Barrabás mandaron cuatro muchachos nuevos, serios, disciplinados y conversadores. Tenían buenos modales y una facilidad de expresión que fueron un alivio para Maruja. De entrada la invitaron a jugar nintendo y otras diversiones de televisión. El juego los acercó. Ella notó desde el principio que tenían un lenguaje común, y eso les facilitó una comunicación. Sin duda habían sido instruidos para vencer su resistencia y levantarle la moral con un trato distinto, pues empezaron a convencerla de que siguiera con la orden médica de caminar en el patio, de que pensara en su esposo, en sus hijos
    El 20 de febrero se enteraron por radio de que en un potrero de Medellín habían encontrado el cadáver del doctor Conrado Prisco Lopera, primo de los jefes de la banda, quien había desaparecido dos días antes. Su primo Edgar de Jesús Botero Prisco fue asesinado a los cuatro días. Ninguno de los dos tenía antecedentes penales. El doctor Prisco Lopera era el que había atendido a Juan Vitta con su nombre y a cara descubierta, y Maruja se preguntaba si no sería el mismo enmascarado que la había examinado días antes.
    Unos dias despues cambiaron otra vez los guardias, regresaron el grupo de Barrabas. Barrabás los dirigía con ínfulas de matón de cine, impartiendo órdenes militares para encontrar el escondrijo de algo que no existía, o fingiendo buscarlo para amedrentar a su víctima. Voltearon el cuarto al revés con técnicas brutales. Desbarataron la cama, destriparon el colchón y lo rellenaron tan mal que costaba trabajo seguir durmiendo en un lecho de nudos. Maruja se sintió en sus límites, sobre todo por el enloquecido Barrabás la despertaba con el cañón de la ametralladora en la sien.
    Cambiaron el perro por otro con catadura de carnicero. Prohibieron las caminatas, y Maruja fue sometida a un régimen de vigilancia perpetua.

    También Pacho Santos tenía que ingeniárselas para mantener ocupados a sus guardianes, pues cuando se aburrían de jugar a las barajas, de ver diez veces seguidas la misma película, de contar sus hazañas de machos, se ponían a dar vueltas en el cuarto como leones enjaulados. Por los agujeros de la capucha se les veían los ojos enrojecidos. Lo único que podían hacer entonces era tomarse unos días de descanso. Es decir: embrutecerse de alcohol y de droga en una semana de parrandas encadenadas, y regresar peor. La droga estaba prohibida y castigada con severidad, y no sólo durante el servicio, pero los adictos encontraban siempre la manera de burlar la vigilancia de sus superiores. La de rutina era la marihuana, pero en tiempos difíciles se recetaban unas olimpiadas de bazuco que hacían temer cualquier descalabro. Uno de los guardianes, después de una noche de brujas en la calle, irrumpió en el cuarto y despertó a Pacho con un alarido. Él vio la máscara de diablo casi pegada a su cara, vio unos ojos sangrientos, unas cerdas erizadas que le salían por las orejas, y sintió el tufo de azufre de los infiernos. Era uno de sus guardianes que quería terminar la fiesta con él. Pacho había perdido toda esperanza después de la muerte de Marina y Diana, cuando la posibilidad de la fuga le salió al paso sin que la hubiera buscado. Ya no le cabía duda de que estaba en uno de los barrios próximos a la avenida Boyacá, que el conocía bien. Pacho entró al baño en tinieblas y ajustó la puerta con una determinación sin regreso. Otro guardián, todavía medio dormido, empujó la puerta y le alumbró la cara con una linterna. Le preguntó que hacia y Pacho le contestó “cagando”. Pero no se atrevió a fugarse.


    El mensaje del padre García Herreros abrió una brecha en el callejón sin salida. A Alberto Villamizar le pareció un milagro, pues en aquellos días había estado repasando nombres de posibles mediadores que fueran más confiables para Escobar por su imagen y sus antecedentes. También Rafael Pardo tuvo noticia del programa y lo inquietó la idea de que hubiera alguna filtración en su oficina. De todos modos, tanto a él como a Villamizar les pareció que el padre García Herreros podía ser el mediador apropiado para la entrega de Escobar.
    Desesperado con aquella guerra sangrienta y estéril que derrotaba cualquier iniciativa de la inteligencia, Villamizar intentó un último esfuerzo por conseguir que el gobierno hiciera una tregua para negociar. No fue posible. Rafael Pardo le había hecho ver desde el principio que mientras las familias de los secuestrados chocaban con la determinación del gobierno de no hacer la mínima concesión, los enemigos de la política de sometimiento acusaban al gobierno de estar entregando el país a los traficantes.

    Escobar a través de una carta decia que aceptaba entregarse como un sacrificio para la paz. Dejaba claro que no aspiraba al indulto ni pedía sanción penal sino disciplinaria contra los policías que asolaban las comunas, pero no renunciaba a su determinación de responder con represalias drásticas. Estaba dispuesto a confesar algún delito, aunque sabía de seguro que ningún juez colombiano o extranjero tenía pruebas suficientes para condenarlo, y confiaba en que sus adversarios fueran sometidos al mismo régimen. Sin embargo, contra lo que el padre esperaba con ansiedad, no hacía ninguna referencia a su propuesta de reunirse con él.
    El 13 de mayo recibió un mensaje de Escobar en el cual le pedía que llevara al padre Garcia Herreros La Loma y lo tuviera allí por el tiempo que fuera necesario. Advirtió que lo mismo podían ser tres días que tres meses, pues tenía que hacer una revisión personal y minuciosa de cada paso de la operación. Existía inclusive la posibilidad de que a última hora se anulara por cualquier duda de seguridad. El padre, por fortuna, estaba siempre en disponibilidad plena para un asunto que le quitaba el sueño.
    La única versión conocida de la visita del padre García Herreros a Pablo Escobar fue la que dio él mismo de regreso a La Loma. Contó que la casa donde lo recibiera era grande y lujosa, con una piscina olímpica y diversas instalaciones deportivas. En el camino tuvieron que cambiar de automóvil tres veces por motivos de seguridad, pero no los detuvieron en los muchos retenes de la policía por el aguacero recio que no cedió un instante. Otros retenes, según le contó el chofer, eran del servicio de seguridad de los Extraditables. Viajaron más de tres horas, aunque lo más probable es que lo hubieran llevado a una de las residencias urbanas de Pablo Escobar en Medellín, y que el chofer hubiera dado muchas vueltas para que el padre creyera que iban muy lejos de La Loma.
    Contó que lo recibieron en el jardín unos veinte hombres con las armas a la vista, a los cuales regañó por su mala vida y sus reticencias para entregarse.
    El diario El Tiempo informó el viernes 17 que el padre era portador de una carta personal que entregaría el lunes próximo al presidente Gaviria. En realidad, se refería a las notas que Escobar y él habían tomado a cuatro manos durante la entrevista. En la tarde, los Extraditables expidieron un comunicado dominical que corrió el riesgo de pasar inadvertido en la turbulencia de las noticias: habían ordenado la liberación de Francisco Santos y Maruja Pachón. No decían cuándo. Sin embargo, la radio lo dio por hecho y los periodistas alborotados empezaron a montar guardia en las casas de los rehenes.
    Era el final: Villamizar recibió un mensaje de Escobar en el cual le decía que no soltaría a Maruja Pachón y a Francisco Santos ese día o el siguiente, lunes 20 de mayo. Pero el martes a las nueve de la mañana Villamizar debería estar otra vez en Medellín para la entrega de Escobar.




    Maruja oyó el comunicado de los Extraditables el domingo 19 de mayo a las siete de la noche. No decía ni hora ni fecha de la liberación, y por el modo de proceder los Extraditables lo mismo podía ser cinco minutos después que dentro de dos meses. El mayordomo y su mujer irrumpieron en el cuarto dispuestos para la fiesta.

    A Pacho le pareció que los guardianes estaban raros y ansiosos por la mañana, pero en el curso del día volvieron poco a poco a la rutina dominical: almuerzo especial con pizza, películas y programas enlatados de televisión, un poco de barajas, un poco de fútbol. De pronto, cuando ya nadie lo esperaba, el noticiero Criptón abrió con la primicia de que los Extraditables anunciaban la liberación de los dos últimos secuestrados. Pacho dio un salto con un grito de triunfo, y se abrazó a su guardián de turno. Los guardianes que no estaban de turno acudieron a felicitarlo. Estaban tan alegres con la noticia, que Pacho se olvidó de que eran sus carceleros, y la reunión se convirtió en una fiesta de compadres de una misma generación. En aquel momento se dio cuenta de que su propósito de rehabilitar a sus guardianes quedaba frustrado por su libertad. A la una de la tarde le avisaron que sería liberado, pero no supo nada más hasta después de las cinco, cuando uno de los jefes enmascarados le avisó sin emoción que Maruja saldría a tiempo para el noticiero de las siete y él para el noticiero de las nueve y media. La mañana de Maruja había sido más entretenida. Un jefe de segunda entró en el cuarto como a las nueve y le precisó que la liberación iba a ser en la tarde. Le contó además algunos pormenores de las gestiones del padre García Herreros, tal vez con el propósito de hacerse perdonar una injusticia que había cometido en una visita reciente cuando Maruja le preguntó si su suerte estaba en manos del padre García Herreros. El hombre le había contestado con un punto de burla.
    como a las seis de la tarde, cuando la puerta empezó a abrirse desde fuera, se dio cuenta de hasta qué punto aquellos seis meses de amargura iban a condicionar su vida. Desde la muerte de Marina y la salida de Beatriz, aquélla era la hora de las liberaciones o las ejecuciones: igual en ambos casos. El Doctor, acompañado por el segundón que había estado la víspera. Ambos parecían apurados por la hora y le dijeron que ya se iban y que se prepare. Le pusieron una capucha que debía ser la más sucia y pestilente que encontraron. Se la pusieron al revés, con los agujeros de los ojos en la nuca, y no pudo eludir el recuerdo de que así se la habían puesto a Marina para matarla. La llevaron arrastrando los pies en las tinieblas hasta un automóvil tan confortable como el que usaron para el secuestro, y la sentaron en el mismo lugar, en la misma posición, y con las mismas precauciones: la cabeza apoyada en las rodillas de un hombre para que no la vieran desde fuera. Le advirtieron que había varios retenes de policía, y que si los paraban en alguno Maruja debía quitarse la capucha y portarse bien.
    Maruja estaba entonces a unos cinco minutos de ser libre. Al contrario de la noche del secuestro, el viaje hacia la libertad fue rápido y sin tropiezos. Al principio habían ido por un sendero destapado con vueltas y revueltas nada recomendables para un automóvil de lujo. Maruja vislumbró por las conversaciones que además del hombre a su lado iba otro junto al chofer. No le pareció que uno de ellos fuera el Doctor. Al cabo de un cuarto de hora la obligaron a acostarse en el piso y se detuvieron unos cinco minutos, pero ella no supo por qué. Luego salieron a una avenida grande y ruidosa con el tráfico espeso de las siete, y tomaron sin contratiempo una segunda avenida. De pronto, cuando no habían transcurrido más de tres cuartos de hora en total, el auto móvil frenó en seco. El hombre junto al chofer le dio a Maruja una orden desesperada para que se baje del auto.
    Un automóvil solitario se acercó por la avenida, dio una vuelta completa y estacionó en la acera contraria, justo frente a Maruja. Ella pensó, como Beatriz en su momento, que una casualidad así no era posible. Aquel carro tenía que ser enviado por los secuestradores para garantizar el final del rescate. Maruja se acercó a la ventanilla del conductor.
    Ella dijo : soy Maruja Pachón. Acaban de liberarme.

    Pacho Santos había oído la noticia de la liberación de Maruja, la prematura de la suya y la pifia del gobierno. En ese instante entró en el cuarto el hombre que le había hablado en la mañana, y lo llevó del brazo y sin venda hasta la planta baja. Allí se dio cuenta de que la casa estaba vacía, y uno de sus escoltas le informó muerto de risa que se habían llevado los muebles en un camión de mudanza para no pagar el último mes de alquiler. Se despidieron todos con grandes abrazos, y le agradecieron a Pacho lo mucho que habían aprendido de él. La réplica de Pacho fue sincera:
    Yo también aprendí mucho de ustedes.

    En el garaje le entregaron un libro para que se tapara la cara fingiendo que leía y le cantaron las advertencias. Si tropezaban con la policía debía tirarse del carro para que ellos pudieran escapar. Y la más importante: no debía decir que había estado en Bogotá sino a tres de horas de distancia por una carretera escabrosa. Por una razón tremenda: ellos sabían que Pacho era bastante perspicaz para haberse formado una idea de la dirección de la casa, y no debía revelarla porque los guardianes habían convivido con el vecindario sin precaución alguna durante los largos días del secuestro.
    -Si usted lo cuenta -concluyó el responsable de la liberación- nos toca matar a todos los vecinos para que no nos reconozcan después.
    Frente a la caseta de policía de la avenida Boyacá con la calle 80 el carro se apagó. Se resistió dos veces, tres, cuatro, y a la quinta prendió. Todos sudaron frío. Dos cuadras más allá le quitaron el libro al secuestrado, y lo soltaron en la esquina con tres billetes de a dos mil pesos para el taxi. Cogió el primero que pasó, con un chofer joven y simpático que no quiso cobrarle y se abrió camino a bocinazos y gritos de júbilo por entre la muchedumbre que esperaba en la puerta de su casa.

    Maruja y Alberto emprendieron el ascenso de la cuesta con el corazón oprimido, y la emoción los derrotó. Por primera vez se les saltaron las lágrimas que los tres se habían propuesto reprimir. No era para menos: hasta donde alcanzaba la vista, la otra muchedumbre de los buenos vecinos había desplegado banderas en las ventanas de los edificios más altos, y saludaban con una primavera de pañuelos blancos y una ovación inmensa la jubilosa aventura del regreso a casa.



    Capítulo 1: “Los árboles sin hojas tenían un perfil fantasmal contra el cielo turbio y triste” METÁFORA

    Capítulo 2: “El cristal del lado del chofer destruido por un balazo, la mancha de sangre y el granizo de vidrio en el asiento” ENUMARACIÓN

    Capítulo 3: “Permiso para sentarse, para estirar las piernas, para hablar con Mariana, para fumar” ENUMARACIÓN

    Capítulo 4: ”Trabajador inteligente, ordenado y de una serenidad escalofriante” ENUMARACIÓN

    Capítulo 5:”Tenía una sesenta y cuatro años, y habia sido una belleza notable, con unos hermosos ojos negros y grandes, y una cabellera plateada que conservaba su brillo aun en la desgracia” ENUMARACIÓN

    Capítulo 6:”Una mujer de unos sesenta años, con abundante cabello plateado, vestida con una sudadera rosada y medias marrones de hombre” ENUMARACIÓN

    Capítulo 7:”O esta libre o esta muerta” ANTÍTESIS

    Capítulo 8:”Lo bueno y lo malo” ANTÍTESIS

    Capítulo 9:”Cuatro muchachos, serios, disciplinados y conversadores” ENUMARACIÓN

    Capítulo 10:”Con cuatro duchas, un vestidor y seis sanitarios” ENUMARACIÓN

    Capítulo 11:”Un oficial de la policía, alto y apuesto” ENUMARACIÓN

    El que más aparece es la ENUMARACIÓN.



    Alumna: María Florencia Mollo
    Libro:"Noticia de un secuestro"
    Autor: García Márquez
    Curso: 2 C
    Año: 2010






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